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«¿Por qué no vendo? ¿Dónde está de verdad ESE punto de la audiencia al que no termino de llegar?»
«No me quiero encajonar en las fórmulas de copy»
«¿Cómo carallo lidio con las benditas objeciones que dejan la decisión de compra a medias?»
«¿Y qué pasa con lo genuino, y con la originalidad de mi propia voz a la hora de contar mi propuesta de valor y mi discurso de venta?»
Si la gente a quien vendes no te compra o sientes que podrían hacerlo más o mejor, lo más probable es que algo falle.
Si a este runrún sumamos que no quieres sonar como todo ese mundo que aprendió un poquito de copy por aquí y otro por allá (más o menos casposo, más o menos canalla, más o menos transparente o más o menos happyflower), es de esperar que el asunto de vender (tanto por escrito como por voz) te genere un estrés riquiño.
Y si, a la hora de la verdad, tienes la sensación de que no transmites tu diferenciación ni los motivos de peso por los que elegirte, contratarte o comprarte lo que sea que ofrezcas, lo más natural es que te dé una pereza máxima meterte en el berenjenal del copy, de la venta, de las objeciones y de cualquier negociación a la que te enfrentes.